Eis aí um texto que eu gostaria de ter escrito.
Osvaldo Soriano, jornalista e escritor argentino, já falecido, relata de forma magnífica como o maior artilheiro da história do San Lorenzo, José Francisco Sanfilippo (que jogou em dois clubes brasileiros, o Bangu e o Bahia), recordou seu gol contra o Boca Juniors enquanto os dois (o ex-jogador e o escriba) caminhavam pelos corredores do supermercado construído no terreno do antigo estádio Gasómetro, em Buenos Aires. É uma narrativa tão bela e comovente, que o escritor uruguaio Eduardo Galeano resolveu incluí-la no seu livro Futebol a Sol e Sombra – único texto que não é de sua autoria.
Cada vez que leio, me emociono, principalmente por ter passado por experiência parecida no meu tempo de futebolista amador – guardadas as incomensuráveis proporções. Jogando pelo Continente da Vila Elizabeth, que disputava a Liga Sarandiense de Futebol, provavelmente num lance de acaso, fiz um gol de trivela no antigo campo do Reko, onde é hoje o Boulevard Assis Brasil – shopping da Zona Norte de Porto Alegre que, por coincidência, também abriga um supermercado. Não me atrevo a recontá-lo, para não incorrer em cabotinismo e também por reconhecer o meu precário talento para a bola e para as letras. Em vez disso, reproduzo a carta de Soriano a Galeano, no idioma original:
"Querido Eduardo: Te cuento que el otro día estuve en el supermercado ‘Carrefour’, donde antes estaba la cancha de San Lorenzo. Fui con José Sanfilippo, el héroe de mi infancia, que fue goleador de San Lorenzo cuatro temporadas seguidas. Caminamos entre las góndolas, rodeados de cacerolas, quesos y ristras de chorizos. De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: ‘Pensar que acá se La clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca’. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: ‘Fue el gol más rápido de la historia’.
Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: ‘Le dije al cinco, que debutaba: no bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo’. Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: ‘¡Acá La puso!’. La gente nos mira, azorada. ‘La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?’ – me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados – : ‘La dejé picar y ¡plum!’. Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.”